El diagnóstico de cáncer atraviesa a todo el entorno del paciente: ¿cómo lo viven quienes forman parte de él?
Cuando una persona recibe un diagnóstico de cáncer, quienes deciden asumir tareas de cuidado para acompañarla en este proceso, deben hacer frente a un amplio abanico de cambios generados por las responsabilidades del rol que toman.
En muchos casos, dentro del núcleo familiar cercano se deben replantear rutinas y procesos: hay que reestructurar cuestiones domésticas, desde el cuidado del hogar y de los hijos -si hubiese- hasta la generación de ingresos económicos del hogar, y del tratamiento, como definir quién va a acompañar en el día a día en los tratamientos e internaciones y quién va a ocuparse de la burocracia que viene junto a todo el proceso. Muchas veces, todo esto es asumido por una sola persona, lo que genera aún más peso en esta figura.
Además, en el día a día y según el estadio de la enfermedad, habrá que ayudar al paciente con las cosas cotidianas, incluso las más simples, si tuvieron que atravesar operaciones o tratamientos complejos.
Por otro lado, el cáncer afecta en lo emocional a quien recibe el diagnóstico y a su entorno. El curso de la enfermedad expone a la pareja, la familia y/o los amigos a una montaña rusa de sentimientos entre miedos, tristezas, alegrías y agotamiento.
No a todos los pacientes se los puede acompañar de la misma manera; hay que aceptar sus tiempos, sus espacios y sus necesidades. Hay quienes prefieren tener mucha gente a su alrededor y otros eligen tener más espacio y menos visitas. Hay quienes necesitan que se los acompañe con la palabra y otros con el silencio. Por eso es importante respetar a cada persona, no decidir por ellos.
La experiencia de Sergio Iannelli con su hija Celeste
Sergio Iannelli es el papá de Celeste. Con 14 años de edad, en agosto de 2016 y luego de meses sufriendo infecciones, cansancio y dolores, Celes se sometió a una punción, que reveló que tenía leucemia. "El diagnóstico fue duro, lo peor, pero siempre confié en que iba a salir adelante", cuenta Sergio.
Durante dos años, su hija recibió tratamientos con buenos resultados logrando que, luego de cinco años, le dieran el alta. Sin embargo, un año después de ese acontecimiento tan feliz para toda la familia, y cuando Celeste tenía 20, tuvo una recaída y necesitó un trasplante de médula ósea que logró gracias a la donación de su hermana, Camila.
Sergio, junto a su esposa y su otra hija, la acompañaron en cada etapa. "Aprendimos a valorar las cosas más simples de la vida. Antes yo trabajaba mucho buscando siempre tener algo más. Ahora elijo tener un poco menos, pero disfrutar y compartir más con mi familia; eso es lo más importante".
Para celebrar el éxito del trasplante, Sergio se realizó un tatuaje en su brazo con una frase que siempre dice su hija: "Vivir, no existir".
"Siento que mi hija transmite luz, que brilla", afirma Sergio, quien cierra con un consejo basado en su experiencia: "acompañar, estar, ponerle onda, fe y confiar que todo va a salir bien."
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